Dalia Pollak, presidenta Fundación Museo Judío de Chile
A un año de la matanza del 7 de octubre, donde terroristas de Hamás asesinaron a 1.200 civiles y secuestraron a 250, 101 de los cuales siguen allí, el sentimiento generalizado de los judíos es la angustia, la rabia y dolor. Las historias de los secuestrados y sus familias las hemos hecho propias; son nuestros hermanos y hermanas, padres, madres e hijos los que faltan. Y todos los días esperamos un milagro por su liberación.
Este oscuro capítulo de nuestra historia, que aún se está escribiendo, marcará un punto de inflexión para todo el pueblo judío. Lo que ocurrió no solo ha afectado traumáticamente a los israelíes, sino también a quienes vivimos en la diáspora. Estos atentados influirán en nuestra identidad y en cómo nos situaremos en un mundo donde los discursos de odio y el antisemitismo han resurgido de manera peligrosa.
Israel, como hogar nacional judío, no solo se hizo realidad en 1948, sino que también marcó el renacer de una generación devastada por las atrocidades del Holocausto. En 75 años, Israel ha florecido y prosperado a pesar de los numerosos desafíos y conflictos con sus vecinos. Las generaciones posteriores a los sobrevivientes de la Shoá crecieron con una sensación de respaldo, confianza y seguridad que les ha permitido vivir su judaísmo en cualquier país del mundo.
Sin embargo, hoy esa seguridad tambalea. Se podría decir que hemos entrado en una nueva era, una que todavía no tiene nombre. Hoy, los judíos de la diáspora y de Israel estamos unidos en la misma lucha: sobrevivir ante la posibilidad de que nuestros vecinos destruyan al único hogar nacional judío y única democracia del Medio Oriente, lo cual plantea una tarea difícil de sobrellevar.
Existe una nueva conexión existencial entre los judíos de Israel y los de la diáspora de una manera que no habíamos experimentado, lo que me hace recordar al escritor y sobreviviente Elie Wiesel, quien dijo: “Como judío, necesito a Israel. Más precisamente, puedo vivir como judío fuera de Israel, pero no sin Israel”.
Por eso mismo, esta nueva era post 7 de octubre no solo plantea desafíos, sino que también ofrece oportunidades para fortalecer una identidad judía más fuerte y cohesiva, arraigada en la historia, la memoria y un sentido renovado de comunidad.
En esta línea, la educación y la preservación de la memoria colectiva son fundamentales para fortalecer la identidad judía de las nuevas generaciones. Juntos y unidos podremos construir una nueva era en la que el lema “Am Israel Chai” —”El pueblo de Israel vive”— siga reflejando nuestra resiliencia a pesar de la Shoá, el Farhud de Bagdad en 1941 o la Inquisición. Porque nuestro sentido de orgullo y seguridad solo se fortalece.
Que este nuevo año que comienza nos brinde la ansiada paz: Shaná Tová Umetuká.